Nunca seré tuya by Mary Higgins Clark & Alafair Burke

Nunca seré tuya by Mary Higgins Clark & Alafair Burke

autor:Mary Higgins Clark & Alafair Burke [Clark, Mary Higgins & Burke, Alafair]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2018-01-01T00:00:00+00:00


32

Laurie y su asistente de producción, Jerry, llegaron puntuales al apartamento que los Longfellow tenían en West End Avenue, en el Upper West Side, a las tres y media de la tarde, tal como estaba previsto.

—¡Vaya techos! —se maravilló Jerry cuando el ascensor se abrió en la planta diecinueve—. Deben de tener una altura de cuatro metros. Y me encantan los acabados. Tan clásicamente art déco.

—Quizá deberías ser tú mi agente inmobiliario —bromeó Laurie.

Había decidido acudir acompañada por si los Longfellow le daban información importante y necesitaba que un testigo respaldara su versión de los hechos. Aunque Ryan y ella se llevasen bien últimamente, pensó que podía empezar con mal pie si iba acompañada del presentador del programa y antiguo fiscal. Al fin y al cabo, Alex le había pedido al senador que la recibiera como favor personal. A diferencia de lo que ocurría con Ryan, era imposible que Jerry no cayera bien.

El sonido del timbre de los Longfellow fue seguido inmediatamente por una serie de ladridos agudos y nerviosos.

—¡Ike! ¡Lincoln! —Al otro lado de la puerta, una mujer trataba de acallar a los animales. Los ladridos perdieron volumen y acabaron convirtiéndose en unos suaves aullidos que Laurie asoció con un intento de obtener golosinas—. ¿Cuántas veces tengo que decíroslo? Portaos bien cuando vienen visitas.

Cuando se abrió la puerta, dos perros pequeños les recibieron corriendo en círculos a su alrededor y olisqueándoles los zapatos. La mujer que les seguía les tendió la mano y dijo:

—Hola, soy Leigh Ann Longfellow. —Lucía un clásico vestido tubo de color azul marino y zapatos de tacón beis. Llevaba el pelo castaño oscuro pulcramente cortado a la altura de los hombros, con un estilo muy parecido al de Laurie. Su piel de alabastro era blanca como la leche—. Disculpen a estos dos granujas. La verdad es que están bastante bien entrenados, aunque no se note. Por desgracia, parece que deciden por su cuenta cuándo se portan bien y cuándo no. Ahora mismo, creo que están alterados por lo temprano que han llegado papi y mami esta tarde.

—Tranquila —dijo Laurie—, me encantan los perros. ¿Son pomeranias?

—Casi. Papillones. Tienen ocho años, pero siguen comportándose como cachorros cuando conocen a alguien.

Jerry, que se había agachado ya, dejaba que los perros se le subieran encima y le lamieran la cara. Levantó la vista, sonriendo entre besos.

—Hola, soy Jerry —dijo, saludando brevemente con la mano—, el ayudante de producción de Laurie.

Su puesto oficial era asistente de producción, pero Laurie vio que trataba de hablar en tono simpático e informal.

Leigh Ann les condujo a un salón espacioso decorado en un estilo moderno y elegante a base de tonos neutros. El único objeto fuera de lugar era una gran cama para perros situada junto a la chimenea con un montón de juguetes de peluche alrededor. Por el aspecto de un corderito decapitado y rodeado de trozos de relleno blanco, Ike y Lincoln se habían estado disputando ferozmente el muñeco hasta hacía poco.

Laurie y Ryan se disponían a sentarse cuando entró en la sala el senador Longfellow.



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